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¿Qué es lo primero que se nos viene a la mente cuando nos enteramos que estamos embarazados?

Nos emocionamos y al mismo tiempo nos asaltan las dudas, los temores, la incertidumbre. ¿Seremos capaces?, ¿Qué pasará con nuestras vidas?, ¿Será san@? ¿Cómo será nuestro parto?  Me atrevería a decir que el nacimiento de un hijo es la experiencia más conmovedora de la vida, y criarlo la tarea más exigente. Un hijo es cosa seria, y su llegada implica cambios profundos y sustanciales en nuestros hábitos, sistema de creencias, valores y prioridades. Si queremos vivir esta etapa con plenitud y gozo debemos prepararnos física, mental e incluso espiritualmente. 

Aunque nunca se llega a estar completamente listos, informarse durante el embarazo y dedicarle tiempo a la preparación es muy provechoso y hará una gran diferencia.  Una vez asistí a una pareja en su parto, y al nacer el bebé, el papá gritó: ¡vino incompleto! Yo me asusté muchísimo e inmediatamente lo revisé por todas partes. Tenía sus diez deditos de las manos y de los pies, también sus dos orejitas. Cuando había hecho un paneo de todo su cuerpo, le pregunté al papá a qué se refería, porque yo lo veía perfecto. Él me dijo: vino sin manual. Me eché a reír, luego reflexionando pensé: Él tiene razón. Criar a un hijo es una gran responsabilidad y tenemos poca idea sobre sus verdaderas necesidades. 

¿Pero por qué prepararnos, si el nacimiento es un acto instintivo? 

Si bien dar a luz, criar y amamantar forman parte de nuestras conductas primitivas, tenemos ya un buen rato distanciados de ellas. Incluso hemos delegado a terceros nuestro parto y el cuidado de nuestros hijos, divorciándonos de nuestra esencia natural y mamífera. En las últimas décadas se ha medicalizado el proceso de parto, a tal punto que las mujeres hemos perdido la confianza en nuestra capacidad de dar a luz a nuestros hijos. ¡Estamos aterradas! Se nos limita el movimiento, la ingesta de alimento, y aún en contra de nuestra voluntad, se utilizan prácticas que inician, aceleran, terminan y regulan lo que debería ser un proceso fisiológico y natural. Una vez nacen nuestros hijos, son separados de nuestro lado, asumiendo que nosotras las mujeres mamíferas, somos incapaces de hacernos cargo de nuestras crías. De toda la gama de mamíferos que habitan el planeta tierra, somos las únicas que lo permitimos; las otras defienden a su hijos hasta con su propia vida. Con estas prácticas, ajenas a la conductas inherentes de nuestra especie, interrumpimos la secuencia de comportamientos biológicos que aseguran el bienestar y la sobrevivencia, afectando de manera negativa la experiencia de nacimiento de nuestros bebés y también la nuestra.   

Adicionalmente, hemos perdido el referente de las familias extendidas. En otros tiempos recibíamos los consejos de nuestros familiares, especialmente de las comunidades de mujeres: abuelas, tías, hermanas que nos rodeaban y transmitían su experiencia y costumbres. En la actualidad, las parejas tienden a estar solas y muy pocas reciben apoyo. 

Para poder retomar el rumbo correcto, es conveniente dedicar un espacio a reconectar con esa naturaleza extraviada. Esto implica reflexionar juntos, en pareja, sobre los temas más importantes: Las diferentes modalidades de nacimiento, qué hacer en las primeras horas, cómo alimentar a nuestros bebés, con qué estilo de crianza nos identificamos, etc. También mirar adentro y explorar cómo nos sentimos y qué expectativas tenemos, recuperando el rol protagónico de ambos padres en el proceso y sentando las bases de esa nueva familia. La información tranquiliza, amplía nuestra mirada y nos empodera para tomar decisiones acertadas y conscientes. Dedicarnos a la preparación y conectar con nuestros bebés nos permitirá disfrutar a plenitud esa etapa tan sensible y trascendente de la vida. De esta manera, nuestras experiencias de parto serán más agradables y seguras, y nos revelarán esa fuerza maravillosa que nos habita. 

Hoy en día, la información disponible sobre estos temas es sumamente amplia. Las redes están inundadas de publicaciones, y muchas veces es difícil encontrar fuentes veraces. Por esto, considero que lo más efectivo es tomar un curso de educación prenatal en pequeños grupos, guiado por un profesional de la salud con experiencia, en donde se aborden los aspectos importantes referentes a cada situación: embarazo, parto, puerperio, cuidados del recién nacido, lactancia y crianza. En mi opinión, debe ser interactivo y vivencial, para poder resolver nuestras dudas particulares e interactuar con otras parejas que enfrentan los mismos desafíos. Esta modalidad permite conformar redes de apoyo y construir comunidad. Caminando juntos nos acompañamos sosteniéndonos mutuamente y compartiendo nuestras vivencias. Recordemos que en esta etapa la salud emocional es prioridad. Si ambos padres están tranquilos, su bebé también lo estará. 

Tener un hijo implica trabajo interior, consciente y profundo. Aprovechando esta oportunidad estelar, debemos asumir el reto de crecer, tomar las riendas y hacernos cargo de nuestra historia. 

En definitiva, lo más importante es que los papás y las mamás nos comprometamos a caminar junto a nuestros hijos desde el mismo momento del nacimiento. Acompañarlos respetuosamente al encuentro de sí mismos, sin subestimar que cada detalle cuenta: Cómo nace, cómo es recibid@, como es tratad@, como transcurre su primera infancia, sus vivencias amorosas primarias. Todo es determinante para salvaguardar su salud. Buenas experiencias iniciales sentarán las bases de su óptimo desarrollo psicoemocional y físico, con un gran impacto en sus comportamientos futuros.

Por: Renata Boscán de Ravelo
Doula, Consultora de Lactancia Materna IBCLC, Psicoterapeuta, especialista en masaje terapéutic